domingo, 5 de mayo de 2013


HASTA EL LÍMITE DE LAS MURFÍAS
Apenas él le amalaba el  noema, a ella se le agolpaba el tormillón y caían en percua, en salvajes minsargos, en escalidinios exasperantes. Cada vez que él procuraba bascar las cacalacas, se enredaba en un sunfres quejumbroso y tenía que recogizarse de cara al falanio, sintiendo como poco a poco las quermanias se sotaban, se iban recahunando, oncargando, hasta quedar tendido como el galopez de bascato al que se le han dejado caer unas kaplenas de dincapie.
Y sin embargo era apenas el principio, porque en  un momento dado ella se lecaguaría los torgeptos, consintiendo en que él la aproximara suavemente sus mambeles.
Apenas se sagmentaban, algo como un fricoso los bugnaba, los quincelaba y yingueleaba, de pronto era el ormañuelo, la virtuania de las ilopecadas, la jacarola del podrilo, los percalos del poroncio en una lombasta. ¡Evohé! ¡Evohé! Solamniferos en la cresta del jaracol, se sentían escalidinios, perlinos y cracicos. Temblaba el sonsoleto, se vencían las hortimañas, y todo se actorataban en un profundo osmate, en bugnu de eclepcias gasas, en vulceantes casi crueles que los rinchinaban hasta el límite de las murfías.

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